Solo una letra hace una gran diferencia conceptual: probióticos y prebióticos, aunque se complementan, no son lo mismo. Los probióticos son microorganismos que, al ser consumidos en la cantidad adecuada, aportan un beneficio de salud a quien los consume. Y los prebióticos son el sustrato, es decir, la “comida” que utilizan los probióticos.
Los prebióticos son fibras en la mayoría de los casos, es decir, son asociaciones de carbohidratos simples que forman carbohidratos complejos no digeribles por los seres humanos. Y aunque nosotros no los digerimos, nuestra propia flora intestinal o los probióticos que tomamos sí que pueden hacerlo, aprovechándolos para su propio crecimiento. Encontramos prebióticos en varios productos vegetales como los plátanos, las cebollas, la achicoria y el ajo. Muchos fabricantes añaden prebióticos a los alimentos, por lo que quizás veas yogures, cereales, panes, o postres que ponen “fuente de prebióticos” en la etiqueta. Algunos optan por utilizar una “descripción molecular” de los prebióticos: fructooligosacáridos (FOS), galactooligosacáridos (GOS), oligofructosa (OF), inulina, o fibra de achicoria son algunos de los nombres que reciben los prebióticos.
Los humanos tomamos prebióticos desde que somos bebés, ya que la leche materna contiene prebióticos llamados Oligosacáridos de la leche humana (HMO, por las siglas en ingles de Human Milk Oligosaccharides). Muchas fórmulas infantiles han añadido HMOs en su fórmula para ayudar a modular las bacterias intestinales del bebé, permitiendo que las bacterias que son parte de la flora normal se reproduzcan y que las bacterias patógenas no encuentren sitio. Así, entre los prebióticos y la alimentación adecuada, la flora intestinal normal del niño se desarrollará correctamente con el paso de los meses.
Cuando ya adulto haces un cambio en la dieta y tomas más prebióticos (tanto en vegetales como en preparados) es posible que sientas molestias digestivas los primeros días, como gases o cólicos suaves. Un cambio en el consumo de prebióticos se traduce como un cambio en la transformación de los alimentos en el intestino, y como consecuencia pueden aparecer esos síntomas. El cuerpo se acostumbra al cambio y todo vuelve a la normalidad en unos días, pero si las molestias son importantes puedes bajar la dosis diaria de prebióticos para ir subiéndola gradualmente. Si las molestias son importantes deja de tomarlos y consulta con tu médico.
Entre los beneficios postulados de los prebióticos están la mejor absorción del calcio, la mejor fermentación bacteriana de la comida y el apoyo a las tareas de defensa que realiza el intestino. Hay varias líneas de investigación abiertas que permitirán saber más sobre los mecanismos de funcionamiento de los prebióticos en los próximos años, pero por ahora podemos afirmar que una dieta variada que incluya prebióticos y probióticos puede ser muy beneficiosa tu salud.
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