Imagina una bomba que lleva agua de un sitio a otro, como la que distribuye el agua por tu casa: si trabaja con mucha fuerza el agua puede molestarte al caerte en la espalda en la ducha, puede causar fugas en el sistema de cañerías o incluso estropear los grifos. Hay una presión de agua que es la ideal, para que el agua llegue a casa con buena presión pero no rompa las cañerías con su fuerza, ¿verdad?
Pues en nuestro cuerpo tenemos un sistema de bombeo que, salvando las distancias, también tiene una fuerza de trabajo ideal. El corazón es “la bomba” encargada de hacer llegar la sangre a todas partes, y se miden dos puntos importantes en su trabajo:
Existen valores que se consideran ideales para que nuestro cuerpo funcione bien. Si nuestra presión arterial está muy baja nos mareamos, nos sentimos mal, e incluso podemos desmayarnos. Y si la fuerza que se produce en el interior del sistema circulatorio es muy alta hablamos de “hipertensión”, es decir, la sangre hace más fuerza de la ideal al moverse por nuestro cuerpo, trayendo consecuencias indeseables.
La hipertensión arterial es la enfermedad que se produce cuando la fuerza que la sangre hace en las paredes de las arterias es más alta que la normal. Se diagnostica cuando los valores de tensión máxima y/o mínima son mayores de 140 y 90 mmHg respectivamente.
Aproximadamente un 30-45% de la población está diagnosticada de hipertensión, y puede estar medicada con uno o varios medicamentos, dependiendo de lo difícil que sea controlar la tensión arterial y de otros problemas de salud que pueda tener.
Cuando los valores de tensión arterial están entre 130-140 la máxima y entre 85-90 la mínima no se diagnostica hipertensión. Aun así el médico ya “te pone en el punto de mira” y te recomienda hacer cambios de estilo de vida y medirte la tensión arterial al menos una vez al año, para identificar el momento justo en el que la tensión suba por encima de 140/90.
Ahora bien, si tienes la tensión entre 135-139 o 85-89 y tienes además varios factores de riesgo para enfermedad cardiovascular (sobrepeso, ser fumador, vivir estresado, tener colesterol alto, historial familiar de enfermedad cardiovascular, vida sedentaria, u otros) es posible que el médico decida medicarte para evitar aumentar ese riesgo de problemas cardiovasculares.
La hipertensión no causa síntomas, por lo que muchas personas se dan cuenta que son hipertensas cuando van a una revisión rutinaria al médico, o a la farmacia, e incluso cuando prueban el tensiómetro nuevo de un amigo o pariente.
Existe la creencia de que la hipertensión causa dolor de cabeza, pero esto no es exactamente así: sólo un 6% de los casos de hipertensión presentan dolor de cabeza, pero ni en este caso es un síntoma que delata la hipertensión crónica. Cuando el paciente tiene dolor de cabeza suele estar en plena “crisis hipertensiva”, es decir, padece puntualmente una tensión arterial bastante más alta de lo que es normal para ese paciente. Después de esta crisis puede que la tensión se normalice del todo, o que baje a niveles propios de hipertensión, pero una vez pasada la crisis la hipertensión rutinaria no causará dolores de cabeza.
Quien nunca revisa su tensión y es hipertenso (y lamentablemente hay casos así) se entera cuando empiezan los problemas de salud debidos a la hipertensión, no por un síntoma que “le avisó a tiempo”.
¿Recuerdas cuando hablamos de las fugas y los grifos rotos en la analogía del inicio?
Pues lo mismo nos pasa a nosotros que a las tuberías. Nuestro cuerpo tiene zonas con estructuras delicadas que no pueden estar demasiado tiempo trabajando a alta presión sin romperse, como los riñones, los ojos, las arterias y otros órganos.
La hipertensión puede afectarlos de la siguiente manera:
Además, los hipertensos suelen tener problemas añadidos que llevan al estrechamiento de las venas por depósito de colesterol y grasas, empeorando el cuadro: entre que el diámetro de la arteria se estrecha y la propia arteria se endurece por la fuerza que hace para resistir la tensión alta, es más probable que la arteria falle al cumplir su trabajo y aumenten los problemas en los órganos irrigados por esas arterias.
Todos estos daños no pasan en un día, sino que se van construyendo a lo largo del tiempo, y una vez que se expresan pueden ser muy difíciles de revertir, si no imposible. Por ello te animamos a que te midas la tensión al menos una vez cada dos años, si eres mayor de 40 años, y al menos una vez cada 4-5 años si eres más joven, para “pillar” a la hipertensión antes que empiecen los problemas.
Si tu tensión arterial está rutinariamente entre 130/140 y 85/90, es conveniente que tomes algunas medidas para que la hipertensión no aparezca, o si tiene que aparecer, que se retrase lo más posible.
Estos cambios en tu estilo de vida también son útiles en el caso de que ya tengas hipertensión, pues permitirán que utilices dosis menores de medicamentos.
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