Durante siglos, los seres humanos solo disponíamos de productos de origen natural, ya fuera vegetal, mineral o animal, para fabricar medicamentos. Muchos de estos medicamentos no hacían efecto, otros funcionaban algo, y otros causaban demasiados efectos adversos, con lo que al avanzar la tecnología el ser humano se planteó mejorar el arsenal terapéutico del que disponía utilizando la síntesis química.
El siglo XX vio el desarrollo de medicamentos de síntesis en cantidad, siguiendo la idea de “la bala mágica” de Paul Ehrlich: se busca crear moléculas capaces de actuar directamente en el sitio de interés, mejorando la eficacia y evitando los efectos adversos de los productos conocidos hasta ese momento.
Este objetivo no ha sido olvidado, pero es difícil de lograr que una molécula de síntesis sólo actúe en el sitio de interés, sin “tocar” nada más. La bala mágica es un sueño al que cada vez nos aproximamos más gracias a los avances tecnológicos, como la farmacogenética o algunos medicamentos oncológicos modernos. Pero mientras ese momento no llega, hagamos un repaso. ¿Cuáles fueron algunos de los medicamentos que marcaron un antes y un después en la historia de la humanidad?
La triaca
La triaca es un medicamento muy especial. No salvó vidas, pero es uno de los grandes representantes de una concepción de la medicina que demoró casi dos mil años en ser desbancada en Europa. Fue utilizada por generaciones esperando vanamente que curara males como tos, cólicos, angina de pecho, o peste. El mal funcionamiento de la medicina europea fue lo que eventualmente impulsó la investigación de otros tipos de terapia más inocuas, como la homeopatía o el aprovechamiento de las aguas minero-medicinales.
La triaca era considerada un antídoto universal, una panacea. Tiene sus orígenes alrededor del año 100 a.C., cuando Mitrídates VI reinaba en el noreste de Turquía. Para no morir envenenado inventó un antídoto llamado mitridato en el que mezclaba más de 30 ingredientes, y se lo tomaba cada día. La idea se basaba en que el mitridato, al tener varios venenos en su fórmula, lo protegería de morir envenenado por sus enemigos. Cuenta la leyenda que, cuando quiso morir, tuvo que morir por la espada porque ningún veneno podía matarlo.
La fórmula del mitridato fue modificada por Andrómaco, médico de Nerón, para potenciarla añadiendo carne de víbora: a esta fórmula se la conoce como triaca. Avicena, un gran médico del siglo XI, le añadió nuevos ingredientes. A lo largo de los siglos llegó a tener más de 65 ingredientes: el principal era la carne de víbora, pero también se le añadían plantas como el opio, genciana, anís, e ingredientes como la miel o el vino. Era cara e ineficaz, pero como se le atribuían propiedades médicas desde la aplicación de las teorías médicas imperantes y no desde la práctica médica, no se dejaba de utilizar: había todo un aparato racional atrás de su uso. Hubo que esperar que otras teorías médicas surgieran para dejar de fabricar triaca.
Hay registros de su fabricación en Venecia hasta la mitad del siglo XIX y en Nápoles hasta 1906.
Los anestésicos
Hasta el siglo XIX, si había que realizar una extracción de muelas o una amputación, había que hacerlo sin más ayuda que la del alcohol: la borrachera no quitaba el dolor, pero al menos permitía tolerar mejor el procedimiento. No había nada para paliar el dolor que fuera lo suficientemente efectivo para permitir cirugías hasta que en el siglo XIX se conocieron los primeros anestésicos. En el año 1844 se supo que el óxido nitroso tenía propiedades anestésicas, pero su uso no se generalizó hasta el año 1860. El éter etílico se reconoció como anestésico alrededor de los años 1840-1845, cuando se comprobaron sus efectos en varios lugares del mundo. Finalmente, la década de 1850 vio el surgimiento del uso del cloroformo.
Estos tres productos, aunque fueron sustituidos por otros medicamentos mejores, cambiaron radicalmente el tratamiento médico, ya que permitieron las extracciones de dientes, las operaciones sencillas y los partos indoloros, abriendo el camino de la medicina quirúrgica.
Los antibióticos
El conocimiento de los microorganismos, así como de las enfermedades que podían causar, tuvieron que esperar hasta Louis Pasteur y su teoría microbiana de la enfermedad.
Antes de esta época había tratamientos para enfermedades infecciosas, pero no se sabía el porqué de la enfermedad y muchas veces los tratamientos eran poco efectivos, o directamente peligrosos. A veces relacionaban las enfermedades con “humores”, otras veces con “miasmas”, y los tratamientos se encaraban en función de lo que teóricamente se tenía que arreglar, con lo que realmente no curaban a las personas. Los antibióticos mejoraron y prolongaron la vida, porque con antibióticos se empezaron a curar enfermedades que antes eran crónicas, y se salvaron vidas que antes no había cómo salvar.
El primer antibiótico se comercializó con el nombre de Prontosil, y pertenece a la familia de las sulfanilamidas. Uno de los primeros tratamientos efectivos con este medicamento se produjo en 1935, cuando se logró curar una septicemia (infección de la sangre) contraída por una niña al pincharse un dedo. A partir de 1940 comenzaron a sintetizarse varias moléculas pertenecientes a esta familia. Fueron reemplazados por la penicilina y otros antibióticos, aunque algunos aún se utilizan hoy en día.
La historia de la penicilina se remonta al siglo XIX
Pasteur fue el primero en notar antagonismo entre un hongo Penicillium y algunas bacterias: por algún motivo las bacterias no crecen en presencia de este hongo. Hubo otros estudios a finales del siglo XIX y principios del XX, y fue en el año 1941 cuando se obtuvo suficiente cantidad de penicilina para hacer una prueba en humanos.
Lamentablemente no había suficiente cantidad de antibiótico para salvar la vida de este paciente, pero se vio que la mejoría era notoria y que la ciencia iba por el camino correcto. La primera penicilina de uso oral se obtuvo en 1953.
Los siguientes antibióticos en comercializarse fueron las tetraciclinas, el cloranfenicol, y la estreptomicina, aproximadamente por la misma época. A la amoxicilina tuvimos que esperarla hasta 1972, y a su pariente más potente, la amoxicilina con ácido clavulánico, hasta la década de los ‘80.
Hoy en día la investigación en antibióticos continúa, aunque no con el ritmo de descubrimientos del siglo pasado. Para tener nuevos antibióticos es importante encontrar nuevos mecanismos para matar a las bacterias, cosa que no es sencilla. Es por este problema que se insiste tanto con la receta del médico para los antibióticos: la automedicación con antibióticos hace que no solamente tomes un medicamento que no necesitas, sino que aumenta la posibilidad de que más bacterias se hagan resistentes a los antibióticos que ya tenemos.
Los anticonceptivos orales
Aunque hoy parezca un medicamento normal y corriente que las mujeres pueden pedir a su médico sin muchas más complicaciones, los anticonceptivos orales supusieron una verdadera revolución en la vida de las familias y de las mujeres.
En el año 1960, por primera vez en la historia, una mujer sexualmente activa podía controlar si quería ser madre, y cuándo: se podía confiar en que los cinco o seis años de una carrera universitaria se iban a poder cursar tranquilamente, o se podía trabajar duro para logra un ascenso, o incluso disfrutar de la vida de pareja, de a dos y solo de a dos, el tiempo que se decidiera. También trajo aparejado una revolución en el campo de la moralidad: primero porque ahora las mujeres podían tener las relaciones sexuales que quisieran y con quien quisieran, sin tener miedo a un embarazo no deseado. Y segundo porque era un medicamento que controlaba la mujer, ya que la mujer decidía y podía informar (o no) al marido sobre esa decisión.
Los anticonceptivos orales han ido evolucionando desde el año 1960: hoy en día hay versiones orales, en parche, en anillo, inyectables, subcutáneas, con más o menos hormonas, pero siempre son femeninos. Y aunque no han salvado vidas, sí que las han cambiado por completo, por lo que se han ganado su puesto entre los fármacos revolucionarios.